
"Charlie no se llamaba así. Charlie fue el nombre que elegimos para denominarle porque, fonéticamente, era lo que más se parecía a Yiang Yieng, al menos aquella noche de diluvio alcohólico.
Yiang Yieng tenía un bar musical en un hutong de Beijing. Al atardecer, cuando el barrio estaba a punto de dormir, él sacaba su guitarra acústica y se ponía a tocar canciones de Bruce y de los Roling y hasta de Chuck Berry.
La noche que decidimos llamarle Charlie, Ana y yo habíamos bebido varios vodkas con hielo. En la pequeña terraza del bar llamaban la atención dos mujeres occidentales que fumaban como piratas y reían sin cesar. Pronto se hizo un pequeño grupo: tres hombres, incluido Charlie, y nosotras. Charlie tocó un par de canciones, nos sirvió un plato de peanunts y se dejó fotografiar como un adolescente. Le prometimos enviar las fotos y nos despedimos.
Nunca lo hicimos, lo de enviar las fotos, me refiero, pero al regresar al Madrid apareció un gatito con ojos rasgados, feo y golfo. Ana le dio el nombre de Charlie y yo el cobijo de Chueca.
Un año después he leido
Rabia, de
Sergio Bizzio. No sé por qué extraña conexión vinculo las guitarras de Chuck Berry y la marcha de Charlie al portal número 33 de la calle, donde vive Rosie - gata y blanca, cómo no-, con "Rabia", una abrupta historia de amor, ruido y furia.
Voy a pasar la noche con Tsutsui. Mañana les cuento.