lunes, 12 de mayo de 2008











¿Qué hace hombre a un hombre?

jueves, 8 de mayo de 2008

Un gato en la ventana


Escucha. Hay un gato junto a la ventana y desde la calle entra una ligera oscuridad que hace más intenso el resplandor de la lámpara interior. Sobre la banqueta alta tecleas con las piernas cruzadas. Llevas medias negras y un vestido negro. Cubres los hombros con una manta marrón. Sólo estás calentando los dedos, entrenando, buscando el tono adecuado. Y justo ahora empiezas a escribir.
¿Qué es? ¿Un cuento?
Ni idea. Se trata sólo de que alguien conozca esta historia.
Contar, por ejemplo, que vives angustiada, con una amenaza constante sobre tu cabeza. Sabes que si no escribes dos folios diarios Gilbert terminará contigo. Ya lo ha hecho con tus hombres y con tus amigos. Ha matado a todos. Y los que siguen vivos han desaparecido de tu lado. Gilbert vendrá en cualquier momento y pondrá fin a esas noches de drogas y alcohol con las que te empeñas en creerte que estás viva, que vives cosas especiales. No queda casi nadie. Apareció una noche en medio de una carretera y te prometió la luna a cambio de tu talento. ¿Quién es Gilbert? ¿Qué hace hombre a un hombre? ¿Y mujer a una mujer? Puedes comenzar tu historia. El modo en que termine dependerá de ti.

martes, 6 de mayo de 2008

Apocalypse Now


Interior. Noche. El Susan Club de Madrid
Gilbert habla con Olivia
- ¿Cómo va el ánimo?
- Regular. No sé si echo de menos el mar o es que no he dormido más allá de dos horas.
- ¿Razones?
- La magnífica celebración del Madrid en la Cibeles...

Interior. Noche. El apartamento de Olivia
Olivia escribe en el ordenador. Mientras Charlie y Nakata, sus gatos, pululan por la mesa de trabajo, ella fuma compulsiva. Leemos lo que escribe.

"...y digo magnífica porque allí había, en orden de importancia, el siguiente despliegue de medios.
- 12 unidades móviles de televisión
- 250 periodistas acreditados
- 1 escenario/pasarela de 20 metros cuadrados
- 25 focos de alta potencia para actuaciones de grandes bandas
- 32 altavoces con no sé cuántos vatios de potencia
- 3 mesas de mezclas para:
a) pinchadiscos
b) ruidos/gritos de la afición
c) speaker/animador del cotarro.
- 25 furgonetas de policía nacional
- 50 unidades móviles de policía local
- 70 efectivos del Samur
- 50 perros.
- 4 helicópteros
- 1 hospital de campaña
Resultado:

Desde las once de la noche, riadas de jóvenes de sonrisa ancha y lluvia (de vino) en el pecho caminan por la Castellana interceptando todos los coches con enseñas madridistas (y por supuesto, increpando a quien no las lleva), camino de algo parecido a un concierto de Metallica, pero sin Metallica. A cambio, cinco horas (va en serio, cinco), sonando, por este orden, “We are the Champions”, “Campeones, campeones, oeoeoeoeeeo” y “Hala Madrid”, tres grandes éxitos trufados de la incomparable narración del speaker, cuya voz, atronadora gracias a una instalación de sonido que para sí quisieran los Rolling, grita una y otra vez cómo el Madrid es el equipo más grande de la historia del fútbol del mundo mundial. Airea tanto las 31 ligas blancas conseguidas que convierte Cibeles en una tienda de lencería para novias.

Acompañando sonido tan evocador, los cuatro helicópteros sobrevuelan la escena del crimen con insistencia y toman como epicentro el cuarto derecha de la calle San Marcos número 29. Parece que han encontrado al asesino. O algo peor, han descubierto la plantación de marihuana que escondo en mi mansión porque sus focos entran por las ventanas de la casa como si allí dentro se escondiera el cártel de Medellín, hecho que, animado por los frenéticos ladridos de 50 perros borrachos de tanto husmear papeleras llenas de cerveza y calimocho, convierten a Charlie y Nakata en dos gatos histéricos que maúllan y se esconde bajo el edredón donde, inocente de mí, intento conciliar un sueño reparador.

A las dos de la madrugada me quedo sin tabaco y bajo al salón en busca de alguna pava que calme mis nervios. Seguida por los gatos asustados (no hay nada peor, ¡dios!, que dos gatos asustados) conecto el televisor para averiguar cuánto queda de concierto o de redada o de lo que sea que está ocurriendo. Cuál no es mi sorpresa y desesperación al comprobar que la gran banda “Madridwearethechampions” ni siquiera ha llegado a la ciudad. Ahora conectan en directo con el aeropuerto, ya que el avión que los trae pide pista para aterrizar. Apago la tele. Si mis cálculos son correctos, entre que toman tierra, saludan, se suben al bus, recorren los quince kilómetros que les separan del estadio de la Cibeles, suben al escenario y dan su recital de esto-no-hubiera-sido-posible-sin-vosotros-que-sois-la-mejor-aficion-del-mundo-y-que-se-joda-el-barca, al asunto le faltan un par de horas para terminar. Durante ese tiempo pienso en cómo odiar al Madrid más todavía y en un estado de duermevela que confunde realidad y sueño, imagino cómo Charlie y Nakata, conocedores de un antiguo conjuro felino, dan vida a los leones que tiran del carro de la diosa Cibeles y devoran, por este orden, al speaker, a los 22 jugadores, al cuerpo técnico, al entrenador y a las 50.000 almas que piden que Raúl vuelva a la selección. Raúl, para mi regocijo, es el último en morir.

La orgía de sangre me hace temblar víctima de un sudor frío que recorre mi espina dorsal, pero pronto me doy cuenta de que lo que realmente ocurre es que los comandos de ataque que intentan descolgarse desde los helicópteros y entrar por mi ventana son en realidad las tropas francesas que el tres de mayo fusilaron a los valientes madrileños que se levantaron contra la ocupación extranjera. Bayonetas de repetición brillan bajo los potentes focos que manejan los soldados mientras suena Apocalypse Now. Mi hora está cerca. Sólo me quedan dos gatos que, valiente y arrojados, echan su última meada antes de saltar sobre el enemigo.

Veo el final del túnel, vienen a por mí, es el final. Sola, desesperada, al límite de mis fuerzas tras el largo asedio, decido morir matando y concentro toda mi fuerza, cual jedi, en la única arma que puede salvarme… EL DESPERTADOR.