martes, 3 de agosto de 2010

Sobre gatos y monitores

La verdad es que vivir con un gato no arregla nada.
No habla contigo cuando llegas a casa del trabajo; no te prepara un baño caliente con velas; no hace el amor contigo al salir de la ducha y, por supuesto, no te cocina el desayuno por la mañana.
Todo el mundo debería saber que vivir con un gato no arregla nada.
A veces lo parece.
Cuando llegas a casa del trabajo te olisquea los zapatos y tú le das una caricia; al entrar en la bañera te mira desde lo más alto de la porcelana y tú le sonríes; durante el momento onanista permanece a tu lado y, al acabar, le dices: "¿dormimos un rato?"; y, por supuesto, cuando invoca un trozo de jamón mientras cocinas los huevos revueltos de la mañana, se lo pones en el hocico porque sabes que le gusta.
Son los equívocos naturales de vivir con un gato.
También vivo con un monitor de 60 pulgadas en medio del salón y me pregunto si espero que se levante, camine y me siga como Wall-E.
Definitivamente, ni gatos ni monitores arreglan nada.

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