sábado, 11 de agosto de 2012

Dibújame un cordero


Hay días en los que te acuestas con un hombre y te despiertas con ansiedad.
Y la ansiedad no viene dada por el hombre con el que duermes.
El hombre con el que has dormido te ha dado paz al anochecer y risas al amanecer.
Qué más se le puede pedir a un hombre.
La ansiedad se parece más a una rosa.
Cuando sales de la casa de un hombre que te ha hecho reir, te sientes como una rosa.
Fresca y roja.
Te comes el mundo cuando te hacen reir.
Cuando te sientes una rosa fresca te crees inmortal.
Puedes ganar a Corea cuando te juegas el bronce en balonmano.
Puedes entrar once segundos antes que Australia en un barco de seis metros y llevarte el oro.
Puedes lograr un diploma olímpico porque saltas en altura los dos metros sobre el suelo con facilidad. Y remas, remas con fueza hasta ganar la plata en aguas tranquilas.
Luego sales a la calle. Con ese porte de las flores que son intocables.
Erguida, muy erguida, subes al coche. Los hombros hacia atrás, la falda unos centímetros más levantada de lo que sería legal en tiempos de desamor y los tacones firmes.
Y entonces, cuando metes la primera velocidad, tu cuerpo se indigna con algo que no sabes reconocer. De tu cabeza roja cae el primer pétalo.
Buscas un nombre que te defina en la ciudad vacía para que nada puede hacerte daño y, cuando lo encuentras, te vas a la calle y la realidad te da una bofetada en la cara.
Hace calor. Y es sabido por todos que a las rosas no les gusta el calor.
No puedes someter a una rosa a temperaturas saharauis. Ni siquiera cuando le prometes que Saint Exuperi andará por ahí volando en un avión que está punto de estrellarse en su desierto.
Las rosas son caprichosas.
Les gusta que las polinicen los mejores insectos del mundo.
Y si no hay buenos insectos a la vista, deberían quedarse en una urna de cristal para ver pasar la vida.
A las rosas se les debería prohibir estar al día de la realidad. No hay rosas por estos días en las redacciones de los periódicos Ni en los mostradores de los bancos.
Las rosas son ambiciosas, vanidosas y bellas.
Les gusta, ganar, brillar y maquillarse.
Y a veces creen que pueden conducir. Incluso maniobran con habilidad si creen que la vida va con ellas y aprovechan los semáforos de Eloy gonzalo para ruborizarse las mejillas con un colorete de Mercadona.
Pero hasta las rosas, por muy tontas que sean, saben que después de que caiga el segundo pétalo llegará la gravedad para el tercero. Y así, siguiendo una ley que en Marte sería más lenta, la rosa que hoy conduce perderá su último atisbo del yo.
La ansiedad debe ser algo parecido a esa sensación de cambio comerme el mundo por que el mundo se me coma a mi.
Por eso hoy necesito que alguien me dibuje un cordero.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Acabo de dibujarte un cordero. Está dentro de una caja. Luego te la mando.

Gracia Lacal dijo...

identificate por mail