jueves, 10 de enero de 2013

Viñedos de California

Aunque desde la ventana de tu casa no se ven los viñedos de California, por las noches, cuando te asomas, ves desfilar árboles que pasan corriendo en busca de un lugar donde enterrar sus raíces y descansar. Te preguntas de qué huyen esos árboles.

Y si huyen.

Parece lógico que lo hagan. Un árbol que está cómodo no suele ir danzando de lado a a lado, sufriendo penurias, pasando hambre y, lo que es mucho peor para un árbol que se precie, sin pájaros que aniden en sus ramas. Así que deduces que se largan de arenas movedizas.


Desde la ventana de tu casa no se ven paisajes anchos, sino manadas de árboles de todos los tamaños corriendo en pos de algo que les impulsa a seguir caminando,  a correr, a saltar edificios imposibles y a herirse en cada zancada mal echada. Has visto olmos, secuoyas, álamos, olivos, cipreses, chopos y frutales de todos los sabores. Has visto helechos gigantes reptar calle a través como si fueran ciempiés. Cuanto más los ves correr, más te apetece saber a dónde se dirigen y ya no te importa saber de dónde vienen.

Asomas la cabeza y escuchas con atención cada noche que eres testigo del extraño fenómeno. Pero no tienes fortuna. Los árboles corren, pero no hablan. Los árboles corren, pero no escuchan. Los árboles desfilan como un ejército seguro de su destino y nada les aparta de él.

Si se han organizado para matar o morir, lo desconoces. O tal vez vayan a morir viviendo, que es lo que ocurre cuando se busca un lugar mejor, aunque se trate de árboles inofensivos que pasan por los sueños de tu cabeza cada noche que tu alma se asoma a esta ventana que no es la tuya, pero que se abre como una pantalla animada al interior de tus deseos más íntimos.

Ser un árbol y salir corriendo de aquí hacia California para tener un buen día.

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