domingo, 10 de marzo de 2013

Ruido de motor

Caminando hoy, de vuelta a casa, he visto al final de la calle al vecino del tercero. Suele andar de puntillas y tiene el tamaño inconfundible de los hombres altos que nacieron pequeños por error.
El hombre iba despacio, con cuidado, procurando poner un pie justo delante del otro, dejando espacios pequeños entre uno y otro zapato y con la cabeza agachada, como prestando mucha atención a la difícil tarea de caminar en linea recta.
A veces, cuando la gente se pone meticulosa en asuntos imposibles, tiene a cometer errores.
Al llegar al portal se ha detenido, utilizando para ello un suave balanceo de la espalda en la perfecta diagonal que describen cuello y talones.  Superada la ley de la gravedad, le he visto hurgar en sus bolsillos a dos manos, sacar las llaves, deshojarlas con los dedos y elegir el pétalo que le iba a llevar a la cama. Al girarse a la izquierda me ha parecido ver en él una leve sonrisa de satisfacción. No se ve mucho en esta calle a las cinco de la madrugada, pero ha emitido un gemido que sonaba a eureka y que le ha sobresaltado.
Perder la concentración en tareas difíciles puede traer consecuencias tales como girar a la izquierda en lugar de a la derecha, empuñar una llave como si fuera un rejón y tratar de acuchillar sin previo aviso la cerradura de un A-6 con alarma.
Se ha agarrado a mis brazos con la paz de un náufrago moribundo y ha dejado que, con un leve giro de sus caderas, condujera sus pasos hasta el ascensor y pulsara su piso. Luego, cuando he escuchado el portazo del tercero, he cerrado mi propia puerta despacio, muy despacio.
Una banda sonora adecuada y los dedos se ponen en marcha como patas de ratones desfilando en Hamelin. Hoy llevo en la cabeza música de motor de furgoneta trazando curvas por la sierra en una madrugada de nieblas, lluvia y un sol inapropiado poniéndose en la hondonada.

Los motores te tranquilizan.
A menudo utilizas su runrún para darle un ritmo adecuado al pensamiento.
Somos duendes, te dices.
Somos flautas.
Soltamos viento por agujeros que soplan notas.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Leerte ha sido como verlo y vivirlo contigo; así lo has contado, así lo he sentido.
Ha sido como estar aquí.
Y mejor ser el duende que el ratón.

Carlos dijo...

Me encanta el runrún del automóvil cuando está detenido frente al semáforo en rojo, con el motor en punto muerto. Es entonces casi un ronroneo. Tranquilizador, sí. Pero que finalmente se torna misterioso y bronco conforme el muñequito verde de los peatones comienza a parpadear. Me electriza entonces ese runrún algo más apresurado, a modo de banda sonora, notas graves donde deberían aparecer los agudos de Bernad Herrmann. Tan apresurado como el caminar de los peatones rezagados. Tan poco tranquilizador como afirmar que el motor se encuentra en punto muerto. Cuando pisas ya el embrague y metes primera… Gruñe el motor. Y tú con él, claro.

Besicos desde Zaragoza!!!

Nacho Rubio dijo...

"sacar las llaves, deshojarlas con los dedos y elegir el pétalo que le iba a llevar a la cama"
Grande!

El vecino de la escalera de enfrente de casa de tu madre dijo...

La próxima vez que esté en Zaragoza y vuelva de madrugada con problemas en las diagonales, esperaré un rato deshojando la margarita en el portal, a ver si tengo suerte.

Gracia Lacal dijo...

Un anónimo que se mete en la piel del relato; un Carlos, escritor de los grandes, capaz de continuar la historia, y dos Nachos de los buenos, de esos que se echan de menos en mis no comidas de los sábados.
Gracias a los cuatro