lunes, 10 de octubre de 2016

La soledad del árbitro

    En medio de este ruido de fondo no consigo escuchar el silencio.
     Estoy en la banda, calentando mis articulaciones, comprobando que mis ligamentos serán capaces de proteger mis huesos durante la carrera. Trato de concentrarme en el crujido de mis tobillos cuando hago movimientos circulares pero no escucho nada.
     Necesitaría, ahora más que nunca, el silencio. Apagar los walkies y las escuchas, bajar el volumen de las personas, de las noticias, de la música, de la risa, de la luna cuando crece, de las nubes, de las bombas de Alepo, de las urnas sin ranura, de los gritos, de las violaciones, de los rumores, de las hojas de los árboles, de los silbidos, de los aplausos en las veladas de boxeo, de las series de ficción, de la sangre a borbotones, de la velocidad de la luz y de los universos paralelos. No quiero móviles, ni periódicos del lunes, ni motores de neveras que suenan cuando no tienen cervezas que enfriar.
     Ahora debo buscar el silencio.
     Necesito saber qué hay en mi cabeza. Es hora de saltar al campo.

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