miércoles, 20 de junio de 2012

Los gatos, a veces, también se colocan. No lo hacen a propósito. Lo hacen porque les viene a mano. A ver quien, en sus cabales, rechaza una Weiss Damm dorada e intensa.

Da igual que seas humano que gato. Una cerveza siempre es una cerveza.

Me pregunto si el gato valora el amargo sabor de la cebada tanto como yo. Creo que no. Su curiosidad, si hubiera que trasladarla al mundo de lo real, sería mi adicción. Y un adicto es lo mismo que un curioso: no puede dejar de mirar.

Y es verdad que hay veces que no puedes dejar de mirar al gato. Por curiosidad o por adicción, observas cada movimiento de su cuello.  El te mira, tú le esquivas; él ronronea, tú te colocas las bolas chinas; él caza una polilla y tú abres una lata de atún; él caza y tú pescas.
No puedes dormir. Él tampoco. Y en esa comunión antagónica, sientes que le quieres. Y él, a cambio,  no siente nada. Olisquea la cerveza, humedece con el hocico el borde de la botella y se pira al patio a buscar más polillas que comer. El gato te deja completamente sola.
Es verdad que luego, cuando te desplomas en la cama, vuelve. Recorre el perfil de tu cuerpo, araña las sábanas y toma la medida de tus rodillas hasta acoplarse en algún recodo de tu cuerpo.  Y piensas que igual él está abusando de ti. Pero no importa. Sabes que son cosas de gatos.

1 comentario:

Shamrock Events dijo...

Me encanta leerte pequeña. Espero que pronto escribas algún capítulo de tu blog en el Sur...