martes, 19 de junio de 2012

Si todo fuera normal, yo estaría en la Voyager I


Si todo fuera normal sería hora de encender las noticias de la uno. Tengo adicción a los informativos, pero hoy sé que la prima de riesgo se ha disparado "máis una" -como dicen en Brasil-; que el supremo se pudre lentamente como una manzana vieja que viajara de Madrid a Marbella en un carro tirado por bueyes en pleno agosto; y que el retrato de Jane Austen, ese que le hicieron con 13 años, es auténtico.
Si todo fuera normal, estaría cocinando para alimentarme, aunque últimamente me parece un rito secundario.  Es verdad que mi nevera hoy parece la de un soltero pero no es solo eso.
Si todo fuera normal, como viene siendo habitual en mi vida, no estaría subiendo un post a plena luz del día, ni escuchando elefantes que sueñan con la música, ni siquiera sacando hielos del congelador para comprobar que el hielo, fuera de su elemento, se derrite, como todos hacemos, sobre todo dentro de una cerveza caliente.

Si todo fuera normal hoy, esos serían experimentos que dejaría para la noche, cuando la bolsa, los mercados y los descubridores de mitos duermen en mi hemisferio norte, y  cuando la ausencia de luz me permite convertirme en sombra y el obstinado silencio de esta calle, escucharme.
El gato no andaría durmiendo en los pliegues del edredón del armario que he dejado abierto. El vecino del tercero, que tiene alzheimer, no trataría de coger con un gancho el paño de cocina que ha caído en mi patio. Yo no subiría a su piso a devolvérselo si fuera de noche, aún a riesgo de perderme la aventura tipo Indiana Jones en la que he luchado contra su memoria y su gancho, adherido a su mano como el muñón del Capitán Garfio.
Hoy no es un día normal. Mis dispositivos usb no funcionan, mi identidad de yahoo ha sido usurpada por vendedores de Avon, me dicen, y el sol no brilla tanto como podría esperar.
El gato ha salido del armario y cierro las puerta. Le pongo comida extra y agua fresca con hielo, que sé se derretirá en un par de horas. Termino de hacer la cama que empecé a construir a las doce del mediodía y decido no hacer equipaje para mi viaje (dios, si me empiezo a parecer a gloria fuertes, avísenme).
Nunca subo fotos que no haya tomado mi cámara, pero hoy nada funciona como suele, así que elijo una foto que Nona tomó la noche que tuve la divertida desfachatez de leer relatos ante los amigos. Es la única imagen que me permite contar que hoy, aunque casi nadie se haya dado cuenta, la Voyager I está a punto de cruzar  la última frontera del Sistema Solar.
Hoy, treinta y cinco años después, decido subirme a la nave para comprobar que, a mi vuelta, La tierra permace. Y que el hielo se derrite. Siempre se derrite, si pones el cubito en los labios adecuados.

Los mercados no me permiten comer merluza, pero he encontrado una lata de sardinas maravillosa.

1 comentario:

toni prat dijo...

Viva a anormalidad normalizada...

(es normal...)