lunes, 24 de septiembre de 2012

Cuando el viento sopla


Andas autista estos días, como el oso cavernario.
Cada otoño, por estas fechas, notas que el viento se apodera de ti.
Y, sin embargo, hoy te sientes como el árbol de la fotografía, al que querrías convertir en la vela mayor de un barco cualquiera que navega.
Pero te duele la columna vertebral, las muelas se han alzado en rebelión y los pies piden a gritos un baño de agua fría.
Será por resistirte al viento, piensas, y por apretar los dientes para defenderte del huracán, y por sentir los tobillos anclados en tierra del color del plomo.
Será por eso, te dices, como si tú fueras inocente.
Pero, si te dices la verdad, sabes que lo peor para la lumbalgia es dormir la siesta en un sofá de tres al cuarto; que a los dientes los destroza masticar demasiado fuerte la carne guisada de tu madre y que caminar durante horas subida a tacones de diez centímetros es fatal para los tobillos. Como si diez centímetros te fueran a dar una visión general de por dónde te da el aire.
Tardarás unos días en darte cuenta de tus errores, pero cada año, por estas fechas, al final te dejarás llevar por el viento.
Y volarás.
Por costumbre.
Y lo harás sola.
Por decisión propia.

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