domingo, 21 de octubre de 2012

Hoy sólo quiero maullar

-Qué miras- te digo, pero tú no contestas.-Sabes hablar humano, no te hagas ahora el loco.
Enciendo un cigarrillo, por ver si te avienes a charlar un rato. Pero tú no eres de los que cambia de opinión sólo porque yo ande necesitada de un poco de conversación. Tú vas a lo tuyo.
- Vaya, estás de que no. Te entiendo. A veces, yo tampoco quiero maullar cuando estoy cerca de ti. Me gusta que tengamos nuestro espacio, aunque vivamos juntos.
- Gracias -dices, y vuelves a mirar por la ventana, como si ahí afuera hubiera algo realmente interesante-. De ti me gusta que me dejes tranquilo cuando quiero estar tranquilo.
Eso lo dices sin mirarme y sin vocalizar, como haces casi siempre que quieres estar tranquilo. Bendita indolencia gatuna.
Aburrida como estoy, busco con mis ojos lo que los tuyos observan en el pequeño horizonte de ciudad que podemos ver cuando no queremos salir de casa. Aparte de una mosca que morirá en breve si esa paloma no deja de mirarla pronto, no veo nada interesante. Pero es que yo tampoco tengo nada interesante que mirar ahora. Me quedo en silencio durante unos minutos, imaginando lo que tu cabeza imagina. Al rato, en el tercer pitillo de silencio, yo también miro a lo lejos, como si estuviera enferma de melancolía. Porque, para serte sincera, tienes una pinta de gato melancólico que me acongoja. No sé si quieres saltar o recuerdas cuando solías saltar y te largabas por los tejados. No sé si hago bien en ponerme en tu lugar y calzarme esos zapatos en los que, a veces, metes tu pequeña cabeza para dormir.
No tengo por costumbre dormir con los zapatos por almohada, pero te aseguro que quiero entenderte. Quiero que, cuando termine tu momento privado, respetes el mío. Ese que busco con renovada rebeldía cada vez que el amor pasa cerca. Porque yo también estaré sentada sobre mis cuartos traseros, mirando por la ventana cómo los pájaros cazan moscas, cuando vuelva a enamorarme y quiera recordar la libertad que perdí. O la que todavía no ha llegado. Eso que tú y yo llamamos melancolía del futuro.
-Tranquila -me dices-. Mañana no se me ocurrirá molestarte.
Luego ronroneas, y me parece que sonríes después de guiñarme un ojo.
Y eso que yo, como todo el mundo, sé que los gatos no saben guiñar los ojos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Quien te quiera no te pedirá nunca tu libertad, o se estará equivocando. Quizá tú le des una parte, pero considéralo un intercambio.