jueves, 2 de febrero de 2012

Ola de frío

Sentados en la sección de literatura española, en la que se ha colado un Sófocles, la pareja parece ajena al frío de la noche.
Sopla viento y el termómetro del taxi marca tres bajo cero en el centro de Madrid. Cosas de cuando Siberia se deja la puerta abierta.
Yo no me he quitado el poncho de lana al entrar en casa y ellos están ahí, tan ricamente, en bañador y sonriendo. O pensando, me digo, que él parece dudar entre besarla y salir corriendo en busca de un abrigo. Ella, de eso estoy segura, espera que la besen. De pensar en un abrigo, ni hablar, se dice. Para presumir hay que sufrir.
El taxista que conducía el coche que marcaba tres bajo cero iba en manga corta. No parecía sentir el frío de la noche, ni se quejaba de haber hecho diez carreras en diez horas de trabajo. Porque la gente no sale de casa con este frío, me contaba feliz.
Y entonces, ¿qué hacemos tú y yo aquí, bajando la Castellana sin parar en los semáforos, a las cinco de la mañana, y felices?
Como yo no le pregunto, él no me contesta. Miro su coleta y escucho su cd. Le gusta el Rock & Roll.
Me gusta el Rock & Roll, le digo cuando me pregunta si me molesta la música.
Ya voy entrando en calor.
El coche puede ir más rápido. Ni la policía patrulla a estas horas, con este frío. El coche acelera. Si lo hace bien pillará el lateral de recoletos sin parar en Colón. Lo hace bien.
Me quito el poncho de lana y relleno el ticket que me han dado en el trabajo. Cuando se lo entrego hemos llegado al portal. Un viaje perfecto, me digo.
Quédate con el resguardo blanco, le digo.
Quédate con el CD, me dice, escribí las canciones para mi novia. Tengo más copias.

Me echo encima el poncho de lana y bajo del taxi. Todavía me queda metro y medio hasta el portal. Esta noche sí que hace frío, me digo.
Y me digo mal, porque, ahora que miro a la pareja que está en bañador en la estantería de literatura española, me doy cuenta de que no hay nada mejor que haber sentido frío para apreciar el calor de volver a casa.
Y me quito primero el poncho, luego la chaqueta y me quedo en camiseta. Y estoy de acuerdo con la mujer de la fotografía: para desear ser besada sólo hay que dejar los hombros al descubierto.