viernes, 25 de enero de 2008

cosas que hacer en enero cuanto estás viva

Veinte minutos bajo el agua helada y mirando al sol que atardece dejan huella en la retina. Luego, cuando cierras los ojos, sólo ves puntos naranjas y negros y a una le parece que se ha comido un alucinógeno.
Cuesta salir del mar, pero la hipotermia amenaza con parar el corazón.
El corazón se quedaría allí, bajo las olas, si pudiera, pero no hay cuerpo que ande sin corazón.
El cuerpo se ha congelado. Si el mío tuviera pene ni siquiera me lo vería.
Tener pene tendría otra ventaja añadida y es que no andaría de rama en rama, como los monobos, probando ahora una tranca, ahora otra.
Los monobos son felices. Lo dicen sus escrituras sagradas.
Bajo el agua, con los ojos fijos en el sol, una se siente como el dios de los monobos, que no tiene más moral que la felicidad.
Todo el mundo sabe que hay atardeceres inolvidables. Pero este que miro ahora es más inolvidable todavía. Tres vodkas y un porrillo pueden hacer de cualquier atardecer de enero un momento único en el universo.
Me lo quedo para mí. El atardecer, me refiero. Me lo quedo de tal modo que mañana pueda cerrar los ojos y recordar que ayer fui un mono sagrado, con una tranca sagrada, sumergido en un mar de paz.