lunes, 23 de julio de 2012

Yo iría al infierno por ellos

Paso un día para no olvidar nunca con amigos de los buenos. De esos que me dan todo lo que tienen aunque no tengan nada. Y por los que  pondría una bomba en la estatua de Quevedo para erigir otra en sus nombres mientras me como una hamburguesa en el Vip´s de Eloy Gonzalo a cinco de la tarde. Amigos por los que una buena mujer iría al infierno sin pensarlo dos veces.

Yo no soy una buena mujer, así que no pienso: iré al infierno de todos modos. Me alegra darme cuenta de ello cuando aparco en la puerta de casa y mi coche ajusta su culo rojo contra el moro plateado del auto aburrido de uno de esos jubilados que sólo conduce en domingo. El tipo hace el sabath de lunes a sábado.

Hoy es lunes.
Abro la puerta y lo hago con ese cansancio propio de los días intensos. Apenas me quedan músculos en el brazo para girar la llave, ni talón de Aquiles que empuje la puerta en el quicio inferior derecho. Las rodillas me tiemblan de tanto como me han estado sosteniendo en posturas imposibles. Ni siquiera me importa fumar tabaco de liar. Hoy no es noche para la ansiedad. Es una noche perfecta, revestida de un verano perfecto y caluroso, con temperaturas adecuadas a la estación que vivimos.

Cuando dejo las llaves sobre la mesa salgo al patio, miro al cielo y respiro hondo. La brisa hace soportable la canícula. Luego me dejo caer en la silla del ordenador. El PC arranca rápido, a pesar de no ser Mac; la conexión a internet no parpadea; las cosas van bien aquí dentro. Pienso que tendré que marcar la fecha en el calendario por si algún día no recuerdo lo que es la felicidad.
Abro spotify para escuchar Estela, de Tony Zenet. La canción, descubierta en el ipad de otro amigo por el que condenarme al fuego eterno, se está convirtiendo en banda sonora del verano. Y es entonces cuando una alerta de google me informa de que el fondo monetario internacional dice que Japón y España amenazan la economía mundial. Nipones y Vividores no tocamos techo en nuestra prima de riesgo, aseguran los banqueros.

La noticia me deja noqueada. Mis ojos, que no han dejado de sonreír durante las últimas veinticuatro horas, abandonan su rasgada pose asiática y adoptan la crispada atención de un héroe de manga antes de concentrar toda su fuerza en manejar un superpoder. Vengo de conocer una versión del "Rien de rien" en malagueño y me encuentro con que soy escoria económica. Yo, que antes que villana, quería que el mundo fuera bonito.

Dudo entre lanzar un rayo láser con los ojos que destruya el tablero informativo o parar el tiempo para cambiar algunas piezas y hacerle trampas a la realidad. Pero puesta a pedir superpoderes ho me siento más de Marvel. Los diálogos son mejores. Y pienso en Batman: millonario, el coche más rápido en su garaje y las mejores mujeres de Gotham en su cama. No estaría mal salir a volar esta noche, pero lo descarto. Demasiada depresión a bordo de ese bólido.
Iron Man, otro de mis favoritos, está en su mejor momento. Otro rico que se fabrica un traje indestructible. Pero peca de exceso de testosterona, como Capitán América de ingenuidad.
Hulk anda hecho polvo. Su marrón no es perder el control y ponerse hecho una furia, sino quedarse en ropa interior cada vez que se enfada.

Descartada la saga Marvel, me quedo sin ideas para salvar el mundo y salgo al patio. Enciendo las velas, fumo, miro las estrellas, fumo, abro una lata, fumo y compruebo en la pared que mi sombra es más grande que yo. Yo estoy quieta y ella tiembla al son de las llamitas prendidas. Ahora se levanta, la veo caminar hasta el baño y atravesar el cuerpo del gato sin que el gato se inmute. Estoy a punto de pedirle que, ya que está de pie, me traiga otra lata de la nevera, pero me corto cuando veo que la sombra del gato la sigue y la oigo hurgar en el neceser. Hace tiempo que no tengo autoridad sobre mi sombra. Cierro los ojos Ya volverá. Siempre vuelve.

Y vuelve. Sin hacer ruido se acomoda de nuevo en la pared. Es la misma, pero ahora lleva dos trenzas tejidas en el pelo y la sombra del gato apoyada en su hombro. La miro con cara de de qué vas y ella se ríe.

- De Pipi Calzaslargas- me dice-. ¿O es que te habías olvidado de ella?
- Pero Pipi no me vale -contesto-. No tiene superpoderes.
- Una bolsa de monedas que no se acaba, toda la independencia del mundo y amigos por los que iría al infierno. A mí eso me suena a superpoderes.

No discuto. Con ella no se puede. Siempre me desarma. Me voy a la cama, pero antes paso por el espejo, me peino dos trenzas y no apago las velas.
Ella en su pared, yo en mi colchón. Las dos pensando que tal vez podamos salvar el mundo con amigos por los que vender el alma al diablo.
No sé quién se duerme primero.
Pero sé que las dos soñamos.

jueves, 12 de julio de 2012

21 centímetros


Salgo del Son y conduzco a casa como me gusta conducir. El motor revolucionado, suaves cambios de carril, anticipación al comportamiento del otro, semáforos en ámbar, ruedas que se deslizan sobre un asfalto húmedo de tan negro. Embrago, acelero, evito el freno. Embrago, acelero, evito el freno. Rodeo mi barrio de siempre para ver de cerca la estatua de Colón. Cibeles me pilla en rojo y me quedo mirando a la diosa, que gobierna su cuádriga de leones con mano de piedra. Si llevara una cámara le haría una foto. Me guardo en la retina su imagen indiferente, que conduce hacia el paraíso sin que ella sepa, por sus cuencas vacías, que el paraíso está en Gran Vía con Alcalá.

La luz se vuelve verde y la puerta de Alcalá me salva de convertirme en estatua de sal. Sigo acelerando. Bajo las ventanillas para oler ese Retiro que cada noche emana perfumes de flores. Las flores que mejor huelen son las que están a punto de morir, pienso, y a punto estoy de girar el volante para entrar a repostar en el Jardín Botánico.

Ya no me queda mucho de flor, y no tengo ganas de estar muerta sin dejar atrás un buen olor, así que continúo por O´Donnel. Hoy no quiero tomar el túnel. Te obliga a ir a cincuenta y ni siquiera huele a gasolina. Sólo a CO2 mal ventilado.

Corren malos tiempos, pero la noche de hoy se merece conducir hasta casa con la mirada atenta. Tan atenta que paso de largo el desvío a la derecha para Mateo López. El despisste me hace pensar que tal vez hoy no quiera girar a la derecha, porque ya giró todo bastante, me digo, y sigo recto. Cuando Radio 3 me regala una de Johnny Cash  me doy cuenta de que si la música sonara toda la noche podría llegar hasta Valencia. Acelero, embrago para meter sexta y acelero de nuevo. Ya estamos aquí de nuevo. Yo y mi caballo. Johnny canta "When a man comes arround" y comienzo a sonreír de verdad. Por primera vez en todo el día la sonrisa es limpia y las ruedas giran sin más ruido que el del rozamiento sobre algo parecido al cielo. Me siento fuerte. A lo lejos veo un cartel que dice que la velocidad en ese tramo está controlada por radar. Sé de buena fuente que solo funciona el 30 por ciento de los radares que anuncia la DGT -cosas de la crisis- y acelero para desafiarlo. Hoy es día de correr riesgos. Cuando la foto no se dispara a mi paso me siento tan eufórica como si hubiera invertido mi fortuna en bonos del Estado y el Estado pudiera pagarme. Y pensando en imposibles sigo acelerando en busca de un cambio de sentido que esté a la izquierda. Sé que no hay ninguno antes de Arganda y la luz de la reserva ha comenzado a parpadear. Debería volver. Los avisos que emite la visa desde el bolso me persuaden de que tal vez sería mejor un poco de cordura y dar la vuelta, pero no soy de esas que se dejan convencer a la primera de cambio. Me siento atrevida y empiezo a pensar que hoy es mi noche de suerte cuando la radio me regala aquel "Bye bye life" del All that jazz de Bob Fosse y encuentro un giro a la izquierda que el coche, que ya me conoce, no puede evitar tomar. Sincronizo las revoluciones del motor con la duración de la canción. Sé de sobre que dura 10 minutos y calculo que estaré a 25 kilómetros de casa. Quiero abrir el portal cuando suene la última frase de la canción, esa que dice I think i´m gonna die. Y si el depósito de gasolina me abandona, la visa continúa con su insoportable quejido y el radar de vuelta se dispara a mi paso, no me importará un carajo. Pararé el motor, encenderé el último cigarrillo y pensaré, mientras me acomodo en el asiento trasero para dormir, que sigue siendo mi noche de suerte. A mi sólo me separan 21 centímetros de la felicidad. Y les aseguro que no todo el mundo puede decir lo mismo. Si hoy fuera mi última noche sobre la tierra y dado mi estado de ánimo, sé que Jessica Lange me esperaría al final del camino, vestida de blanco y sonriendo.

miércoles, 11 de julio de 2012

Día de me olvido de ti, pais.

Día de fuegos artificiales. Día de orgasmos múltiples. Día de recuérdame y no me olvides. Día de rancheras. Día de amigos. Día de si no eres mi amigo espero que lo seas pronto. Día de me sube la libido al recordarte. Día de te seguiré esperando en la voz de Chavela y en el alma de Chavela.

Día de subir tres puntos el IVA, de cobrar el cincuenta por ciento del paro a los seis meses de estar parado, para fomentar que la gente mueva el culo y encuentre trabajo. Como si la gente quisiera estar sin trabajo.

Día de políticos miserables, día de estafadores, de discursos levemente históricos. Día de mentes deformes. Día sin rebelión. Día de me olvido de ti, país. Día de saber que solo yo te quise.

Día de masturbarte pensando en el sexo como idea luminosa en tiempos oscuros. Día de cambio amistad por sexo. Y sexo por amistad, Y probablemente estoy pidiendo demasiado. O dando demasiado. Que se me olvidó otra vez que nunca me quisiste, pais.

Día de  pensar en qué conservaremos cuando dejemos de ser perros y volvamos a ser humanos en la ciudad de siempre.