sábado, 16 de marzo de 2013

Las carreras, a las siete

Caminas por el lateral de Tirso, tropiezas, sonríes y te giras a la izquierda para comprobar que nadie te ha visto. Te quedas tranquila, sobre todo porque ese agujero de la media se ve demasiado si la falda se desplaza un centímetro sobre la vertical.
Nadie por delante.
Nadie por detrás.
Sacas las manos de los bolsillos y griras la media unos treinta grados hacia el oeste. ¡Joder!, te dices, mañana tienes que recordar ponértelas del revés. Haces memoria por si queda otra alternativa y puedes afirmar que esta era tu última media medio sana.
La uña rota te da igual, el dolor de caderas te la trae al pairo, la multa en el retrovisor te tiene acostumbrada.
En definitiva, el ayuntamiento queda a la derecha y tu alma a la izquierda.
Si esas son las conclusiones que has sacado del día, será mejor que te sientes a ver las carreras.

Y te ríes a carcajadas cuando coges el chiste.

domingo, 10 de marzo de 2013

Ruido de motor

Caminando hoy, de vuelta a casa, he visto al final de la calle al vecino del tercero. Suele andar de puntillas y tiene el tamaño inconfundible de los hombres altos que nacieron pequeños por error.
El hombre iba despacio, con cuidado, procurando poner un pie justo delante del otro, dejando espacios pequeños entre uno y otro zapato y con la cabeza agachada, como prestando mucha atención a la difícil tarea de caminar en linea recta.
A veces, cuando la gente se pone meticulosa en asuntos imposibles, tiene a cometer errores.
Al llegar al portal se ha detenido, utilizando para ello un suave balanceo de la espalda en la perfecta diagonal que describen cuello y talones.  Superada la ley de la gravedad, le he visto hurgar en sus bolsillos a dos manos, sacar las llaves, deshojarlas con los dedos y elegir el pétalo que le iba a llevar a la cama. Al girarse a la izquierda me ha parecido ver en él una leve sonrisa de satisfacción. No se ve mucho en esta calle a las cinco de la madrugada, pero ha emitido un gemido que sonaba a eureka y que le ha sobresaltado.
Perder la concentración en tareas difíciles puede traer consecuencias tales como girar a la izquierda en lugar de a la derecha, empuñar una llave como si fuera un rejón y tratar de acuchillar sin previo aviso la cerradura de un A-6 con alarma.
Se ha agarrado a mis brazos con la paz de un náufrago moribundo y ha dejado que, con un leve giro de sus caderas, condujera sus pasos hasta el ascensor y pulsara su piso. Luego, cuando he escuchado el portazo del tercero, he cerrado mi propia puerta despacio, muy despacio.
Una banda sonora adecuada y los dedos se ponen en marcha como patas de ratones desfilando en Hamelin. Hoy llevo en la cabeza música de motor de furgoneta trazando curvas por la sierra en una madrugada de nieblas, lluvia y un sol inapropiado poniéndose en la hondonada.

Los motores te tranquilizan.
A menudo utilizas su runrún para darle un ritmo adecuado al pensamiento.
Somos duendes, te dices.
Somos flautas.
Soltamos viento por agujeros que soplan notas.