sábado, 12 de septiembre de 2015

Agua salada

El otro día me paró un tipo en la gasolinera.
-¿Tienes cambio?
- De qué
- De ropa, me dijo, tenemos que irnos.
¡Joder!, pensé, este tío sí que sabe, y me subí a su coche pidiéndole que parara en el decatlón para comprar algo que ponerme.
- Es absolutamente necesario.
No sabía qué era eso que era necesario, pero lo encontré lógico, teniendo en cuenta que nos daba el viento de cara y eso significaba que viajábamos hacia el oeste. Tengo comprobado que cuando se viaja hacia el oeste, todo parece ser absolutamente necesario.
- Descansa,
Y eso hice. Cerré los ojos y me ajusté las vértebras de la columna. De las lumbares a las cervicales.
- ¿Radio?
- Sí, por dios.
Y me relajé.

Ya era de noche cuando Supersubmarina hacía los bises en el DCode de Radio 3, y el coche seguía avanzando por la carretera.
- Yo debería estar en ese concierto.
El tipo no se dio por aludido, se desvió a la derecha por un camino de tierra y frenó en seco.
- Baja y cámbiate de ropa. Yo lo haré en el asiento trasero.
Escupí la uña rota que me acababa de morder y bajé del coche.
- ¿Estás?
- Estoy - contesté.
Subió el volumen de la radio, bajó las ventanillas y me empujó hasta la orilla.
- Date un baño, te lo has ganado.
Y me di un baño. Yo, que últimamente ando agazapada, me estaba hundiendo en agua salada, abrazada a un cuerpo que no había visto en mi vida.

Para cuando Suede llevaba tres canciones en la Complutense, a mi ya se me había pasado por la cabeza pedir una beca en ingeniería genética para estudiar a aquel tío, que hablaba como Tony Stark, nadaba como Michael Phelps y follaba como si fuera un ángel que se hubiera caído del cielo.

Fundido a blanco tras fundido a blanco, me dio por abrir los ojos.
- ¿Tienes cambio?
- ¿De qué?
- De 50. Los de la gasolinera dicen que no tienen. - Y añadió-. Mi madre siempre me dice que hay que llevar cambio de 50, que es absolutamente imprescindible.

Cuando llegué a casa Izal se venía arriba en Madrid ante 26.000 personas. Me quité la piel bajo la ducha y busqué en el armario el abrigo de pelo gris que a veces me pongo para tener los ojos abiertos. Volví al coche y, esta vez sí,  tomé la A - 5 en la dirección correcta.







Tienes cara de estar agazapada

miércoles, 9 de septiembre de 2015

Hora de tomar decisiones



Tengo un grillo en el patio de una casa que no es mía.
Tengo un gato en mi casa, que tampoco es solo mía.
Tengo un niño en esa casa, que es mi casa.
Tengo un tiempo precioso que perder.
Tengo alma justamente ahí, en el mismo lugar que te suele recordar que tienes alma.
Y una tele, que no es mía en ninguna de mis casas.
Tengo el privilegio de convertirme en Ironman cuando quiera.
O en Pepper, depende mi apetito sexual.
Tengo todo eso que hay que tener para no convertirme en estatua de sal.
Es hora de tomar decisiones.
Tengo decenas de hormigas, deseando subir al sofá como si fueran gatos que cantan como niños.
Y tengo un bote de insecticida para matarlas.





domingo, 12 de julio de 2015

West by Southwest

Lauryn Hill toca a estas horas en Barcelona, en los bares en los que no estás nadie habla de Grecia, y aquí sopla el viento fresco. Lo bastante fresco como para montar el teclado en la terraza, encender unas velas para distinguir algo más que Venus y Júpiter en linea, y teñir la noche de verde con un par de caladas y un largo parpadeo.
Ni tan mal, te dices. Perfecta noche de sábado para un sábado noche. 
Tampoco está mal caminar desnuda por la casa y practicar el onanismo en cada esquina mientras piensas en las visitas que vendrán y en las que no vendrán.
O vender tu alma a Radio 3  y escribirle un panegírico al que se lo ocurrió pinchar música como la que suena, justo ahora.
Todo es tan perfecto hoy que no importa interrumpir la idea de un baño nocturno para atender esa llamada que te pide un poco de batería extra para cambiar de vida, Será por baterías, te dices.
Con el bikini de camuflaje puesto, te escondes en la maleza, acechas entre las sombras y, segura ya de que no hay nadie, te dejas hundir en el agua de una piscina que, a horas tan poco recomendable, a los vecinos no les gusta que utilices. ¿Qué serán las horas poco recomendables?, te preguntas, pero dejas la duda sin responder porque hoy el agua te tira más que la curiosidad. O tal vez sea eso, curiosidad, el fenómeno que empuja tu cuerpo al fondo de la piscina para observar cómo reacciona tu pelvis a la humedad. 
Sales del agua al certificar que la reacción es positiva y entras de nuevo en la casa para anotar ciertas observaciones antropológicas que mantendrás en secreto para que la noche, que sigue siendo verde, no cambie al color púrpura. 
Pensar en Prince le da un nuevo giro a la noche que, a estas alturas, se va volviendo cada vez más interesante. Tal vez, sin tú saberlo, la gente que danza por tu cerebro ha encontrado la combinación que abre la tapa de tus sesos y anda suelta por la casa. Mejor, te dices, me vendrá bien un poco de compañía para hablar de festivales de verano; de si hay belleza o no en los hombres que corren delante de los toros; de que esperas que el atrevimiento de Harper Lee al publicar su centinela, merezca la pena, o de la probabilidad de que la NASA guarde entre su material clasificado pruebas de vida extraterrestre. Ni una palabra sobre quién ganará las timbas de poker que se juegan en Bruselas. Nadie quiere aventurarse.
Tras la charla, metes un timelapse y la magia de la elipsis trae de nuevo el silencio.
Ratificas una buena noche de sábado con un último paseo por tu cuerpo.
No sabías que esta noche iría de privilegios. 
Está claro que vas con la vida en los talones.


domingo, 5 de abril de 2015

Y si tú tuvieras esa voz?

- Si tuvieras la voz de Billie Hollyday no andarías por aquí.
- Es probable que ya hubiera muerto.
- De algo chungo, eso, dalo por hecho.
- Nunca se muere de algo bueno.
- Pero ¿y si hubieras tenido la voz de Billie?
- ¡Joder!
- ¡Qué hubieras hecho!
- ¡Nunca el silencio!
- Por favor. Un poco de decencia.

domingo, 22 de marzo de 2015

Cosas de gatos a finales de marzo

 A la mujer de la fotografía le gustan los gatos, pero lo justo. No es de esas que adopta gatos si los gatos le inspiran ternura. Ella tiene la ternura a la altura de las rodillas. Y los gatos saltan por encima de las rodillas cien veces de cien, así que no le convienen. Es cierto que la mujer sonríe porque hay dos gatos frente a ella que han dejado de lamerse los genitales al sentirse observados, pero no es eso lo que curva su boca en dirección contraria a la gravedad terrestre. Los gatos se preguntan qué es.
- ¿No es por nosotros, verdad?
- Ni lo sueñes, esa mujer no sonríe por gatos. No es su estilo.
- Ya, pero me gustaría conocer a una mujer que sonriera por mi.
- Olvídalo, las mujeres ya no ríen por los gatos. Ni siquiera lloran.
- ¿Y tú que sabes?
- Sé lo que tú necesitas saber.
Los gatos se dan la espalda, displicentes, rabo contra rabo. Al cabo de poco, eso también les molesta. El gato joven corrige la cadera izquierda y se aleja unos centímetros.
- Mira- murmura el viejo- de lo único que te tienes que preocupar es de contentarla en lo mínimo. Sólo nos mantiene con ella un hilo de piedad. A los dos nos abandonaron, ella lo sabe, y de ahí viene su piedad.
- A mi no me abandonaron, chaval. Tu historia no es la mía.
Y el gato más joven se aleja aún más y se coloca casi a los pies de la mujer.
- La piedad tiene un tiempo – continúa el viejo, sin prestar atención a los movimientos del joven.- El tiempo que transcurrirá hasta que ella sienta piedad de sí misma. Porque ese momento llega. El tiempo, siempre el tiempo. Se mirará un día al espejo, se verá un día, y olvídate de las comidas y el agua fresca. Ella dejará de comer y nosotros con ella. Ella dejará de dormir y nosotros con ella. Nos han jodido. Y nos han jodido bien los dos tipos que nos abandonaron. Menudos cabrones. Lo llevo viendo venir un tiempo.
- Vete a la mierda. A mi no me abandonaron.
- Lo que quieras, pero sé de lo que me hablo.
 La mujer sigue con su sonrisa y su mirada fija en el fondo del patio de butacas.
- ¿Te das cuenta? Siempre mira al fondo. Espera algo y no somos ni tú ni yo.
El gato joven, que a punto estaba de lamer los pies de la mujer, se da cuenta de que la mujer retira sus pies. Algo no marcha, se dice, y lo corrobora al escuchar el gemido de placer de la mujer al echar a correr.
Un gemido lleno de erres. Las típicas erres del ronroneo. El gato joven no tarda ni un segundo en salir en busca de la sonrisa de la mujer, calzada ahora en seda blanca y zapatos de tacón blancos.
- ¿Ves como a mi no me abandonaron?- maúlla eufórico al pasar junto al gato viejo.

- Ya tío, pero tenía que intentarlo.