Sin embargo algo me despista en ti. Llevas media sonrisa puesta en la comisura izquierda y eso no es propio ni del aplomo ni de un día en que te juegas la eliminatoria y, por ende, el título. No viene a cuento que hoy te coloques una mueca de "melocomotodo". Sonríes detrás de esos hombres, segura de que vas a parar el balón que se te viene encima. Tienes controladas todas las escuadras, no te da miedo un gol de volea, ni un libre indirecto, ni un tiquitaca de tres al cuarto. Te veo segura incluso cuando valoras que a ese delantero le puede salir una chilena de pura chiripa. Las chilenas, como tú bien sabes, son golpes que la vida te da a traición, da lo mismo que estés en Chile, en la Argentina o en Madrid.
El árbitro está terminando de colocar la barrera y el campo entero contiene la respiración. Todos los ojos se fijan en ti y tú no te quitas esa sonrisa que puede irritar al enemigo. Se escuchan palpitar mil corazones mientras te ajustas los guantes. Es el silencio propio de los muertos que quieren salir de sus tumbas y que te recorre el espinazo. Otro tópico, porque tampoco sabes muy bien dónde tienes el espinazo. Pero estás lista y deseas que suene el silbato de ese hombre vestido de negro. El silbato que lanzará el balón buscando tu portería. El balón que tratará de violar tu vida y terminar con tu sonrisa y tu carrera y entonces, cuando por fin suene, tú sabes que no tendrás que hacer nada. Nada en absoluto, porque ahí estarán tus amigos, formando barrera, protegiéndose unos a otros, protegiéndote, y el balón rebotará en sus cuerpos sin siquiera acercarse a tus manos.
Entonces, cuando no tengas que parar ese gol que parecía seguro, el estadio rugirá, como lo haría un camión por las curvas del Jarama. Rugirán todos a una, con una sola voz, espartana ella, que desafíará a los persas que busquen un camino por tus Termópilas. Y el rugido será mítico.
Luego, en el vestuario, me daré cuenta de que ya no tienes talón de Aquiles, ni cortarte el pelo te hará más débil que a Sansón. Porque ahí han estado tus amigos, todos, protegiendo tus partes blandas.
Por eso sonreías tanto, colega.
Y yo no lo veía.