sábado, 14 de septiembre de 2013

Cuando éramos héroes

A veces, por las noches, os sentabais alrededor del fuego dispuestos a elegir a vuestros superhéroes favoritos. Había que ir descartando. No se podía, por ejemplo, ser Batman y Hulk al mismo tiempo. O eras un tipo rico, flemático y sin poderes sobrenaturales, pero que conducía los mejores coches, volaba de noche y se ligaba a las tías más buenas; o tenías problemas para controlar la ira y te ponías verde de rabia hasta reventar los botones de la camisa.
No te podían gustar al mismo nivel Iron Man, todo cerebro y ambición, él, y Capitán América, un mutante involuntario condenado a vivir eternamente un viaje en el tiempo.
Podías dudar entre Catgirl y Elasti-girl (lo de ser zorra y madre de familia al mismo tiempo lo dabais por descontado), pero al final había que elegir.
Tú siempre te hacías un lío: te gustaba conducir de noche, mandar a la gente a tomar por culo, ganar mucha pasta, sentir melancolía del futuro, follar y ser un paracaídas para los amigos.
La gente se posicionaba, decidía qué héroe quería ser esa noche y adoptaba su personalidad.
Después cambiabais el juego. Ahora se trataba de elegir la última cena de vuestras vidas. Estamos en el corredor de la muerte y mañana nos matan, decíais. ¿Qué cenaríais?
Pasabais de los huevos fritos al caviar sin solución de continuidad. Entonces recordabas que Pedro te dijo un día que los huevos fritos, mejor con caviar que con sal. Y sonreías en secreto.
Al final de aquellas noches, justo antes de acostaros, los que todavía quedabais vivos después de apostaros el sueño a paisajes más blancos que los de aquel agosto, os tirabais al suelo a ver las estrellas. Había una banda sonora para esos momentos: "Nine million bicycles".  Es cierto que aquel verano apenas pasaban estrellas fugaces por el cielo de vuestros ojos, pero daba igual. En ese momento, os queríais mogollón. Concretamente, tú, se lo decías a todo el mundo.
A la exaltación de la amistad le sucedía la deserción. Os ibais dejando unos a otros en posición horizontal y tú lograbas siempre alcanzar la cama. Te quitabas la ropa de domingos al sol y sacabas de la maleta el traje, la camisa blanca y la corbata negra. Luego te ajustabas el sombrero, cruzabas los brazos sobre el pecho y sabías que, a la mañana siguiente, recordarías el tiempo en que fuiste toda un héroe.

martes, 3 de septiembre de 2013

Madrugadas del ángel caído

Catorce minutos han pasado ya desde que es mañana. Has llegado a casa por una calle vacía, sin bares, flanqueada por árboles a la derecha y trastiendas de hospitales a la izquierda. Una calle con tantas sombras que podría esconder una convención mundial de asesinos en serie acechando a su víctima.
¡Cómo si hoy fuera posible que existieran los asesinos en serie!
Los asesinos en serie han desaparecido.
A cambio, en la acera de la derecha ves el pabellón de "Maternidad;" en el de la izquierda pone "Duelos"
La gente fuma igual cuando nacen niños que cuando muere la gente.

En España nunca hubo asesinos en serie, desde luego. Un par de portadas del siglo XX que pudieron confundir a los investigadores, pero poco más. Aquí, cuando se mata, se mata de una vez. Con dos cojones. Nada de muertes jeroglíficas para demostrarle a Feud que me cago en mi puto padre. Aquí se mata a las mujeres porque "era mía" y a los traficantes porque "no había".

Cuando hablas de asesinos en serie te refieres a que ya no tienes miedo (tal vez nunca lo tuviste) a caminar por calles casi oscuras, iluminadas con focos que trampean las sombras y las vuelven espectros. Calles que, en su languidez, se desploman sobre un suelo lánguido, también, que las devuelve al cielo. (Se nota que ayer fuiste a ver a Dalí un par de horas antes de que cerraran).
Es imposible que haya asesinos en serie escondidos en esos oscuros rincones que te llevan a casa.  Hace tiempo ya que dejaste el oficio de matar y nadie se acerca a tu ventana para cambiarte un 22  por una 48.
Nadie lleva una Colt en la cintura.
Quién podría, en los tiempos que corren.

Y confieso que me gustaría.
Confieso también que si el mundo sigue así, mis alas se empaparán de agua.
Y yo fumo demasiado como para sobrevivir mucho tiempo con las alas mojadas.