viernes, 20 de junio de 2008

Las ratas de Chueca



Gilbert anda cerca. Sé que me ronda desde que volví de Buenos Aires, pero hasta ayer no se había manifestado. Lo hizo en forma de rata. Una rata enorme que husmeaba entre las basuras del edificio que hay enfrente de casa.

El edificio está en obras desde hace diez años. Cuando llegué a Madrid un andamio de hierro sostenía su estructura, pero todavía estaba habitado. En las noches del primer verano que pasé aquí, boqueando como un pez en el alféizar por el exceso de calor, escuchaba las conversaciones de la gente que vivía dentro. Hablaban en todos los idiomas imaginados, lo que consideré una prueba irrefutable de que el diablo andaba suelto. Alguien más debió darse cuenta de ello porque, unos meses después, el edificio fue demolido, aunque conservaron su fachada y sustituyeron el andamio de hierro por otro más liviano. La fachada sigue en pie frente a mi ventana y durante un tiempo el solar que esconde fue refugio de gente que andaba buscando intimidad o sexo o ratas para comer caliente.

El invierno que conocí a Gilbert un par de hombres negros acomodaron colchones viejos y cartones en el primer nivel del andamiaje. Les veía cuando regresaba del Susan de madrugada. Una noche escuché la voz de una mujer. Se había ennoviado con uno de ellos y los dos amigos andaban a gritos. No entendí una palabra, pero me pareció que la discusión estaba motivada por un conflicto perfectamente doméstico: una mujer, en el hogar, quiere su espacio y aquella mujer lo defendía con uñas y dientes.

La mujer se quedó, pero o la pareja prosperó y alquiló un piso o la relación no duró mucho porque, un par de semanas después, cuando volvía de una de esas noches de Susan, eché en falta las discusiones conyugales que tanto me hacían sentir que el hogar existe. Había escuchado a los vecinos comentar que lo que ocurría en el andamio les molestaba. La verdad es que nunca alcancé a valorar lo sucedido. Vivo en el cuarto, duermo poco y no sabría decir si la desaparición de mis nuevos vecinos estuvo motivada por la iniciativa popular. En esta ciudad una nunca se hace idea del nivel de influencia que tienen las ideas colectivas.

Tal vez por eso, por mi inexperiencia, no valoré los planes de Gilbert.


lunes, 16 de junio de 2008

Del diario de Olivia

"Me llaman la atención los perros argentinos. Perros por todas partes: abandonados, paseados en grupo o arrastrados en un remolque del que tira un Chevrolet rojo adornado con banderas patrias.
Me pregunto si Federico, el que trabaja en la oficina de turismo de Bahía Blanca, tiene perro o se limita a compartir los restos de sandwich de miga que le sobra las noches que cena en la calle Drago. Allá, en la cafetería que hace esquina con la avenida de Colón, siempre hay tres perros que esperan que a los clientes se les caiga un trozo de milanesa. Si no ocurre, da igual. Tienen todo el tiempo del mundo. Milanesas hay muchas y también corazones como el de Federico.
Pienso en ello pientras leo Página 12 sentada en una terraza de Honduras con Julio Cortázar. Esto es Palermo, Buenos Aires, y yo no sé quién seré a partir de mañana".

lunes, 2 de junio de 2008

Una habitación en Buenos Aires




He vuelto de Buenos Aires.
Si alguna vez me preguntan cuál es la ciudad en la que puedo encontrarme (que nada tiene que ver con perderme), diré que es Buenos Aires.
Tal vez me hayan secuestrado y tenga ese síndrome extraño que habla de Estocolmo.
Tal vez, cuando esté mejor que hoy, haga un sesudo análisis de la ciudad y publique un breve ensayo acerca de la creatividad que la atraviesa como una lanza.

Puede que entonces la diseccione, la retrate, la describa, la vulnere y, finalmente, la profane.

Otro día. No hoy.
Porque hoy, Buenos Aires, es para mi La Ciudad.


Cuando tengan un huequito, vayan al 1551 de Acuña de Figueroa.
Vayan a la habitación sin número, en cuya llave sólo pone "doors".
Entren, respiren y sientan.
Ahí estaré yo durante una temporada.

Si sus orgasmos son diferentes, no se preocupen, son mis orgasmos.
No le den vuelta tampoco al amor que sienten.
Es mi amor. En esa habitación hay magia.
Durante unos días, por favor, dejen que sea mi magia.

Me llamo Olivia.