miércoles, 13 de noviembre de 2013

Veo tantos documentales que nunca más podré leer novelas de caballería

Si apareces de tanto en cuanto sé exactamente por qué.
Te quedas a menudo sentada en el sofá, esperando que suene el silbato que anuncia el turno de entrada a la fábrica. Fantaseas con él (con el silbato) con mirada lasciva y te decides a fumar tantos cigarrillos como puedan aguantar tus pulmones. Lo que darías por un trabajo en una fábrica de Londres.

Como la sirena no suena siempre de siempre, dejas que el sol y tu libido se caigan del todo por la ventana de atrás y buscas a tientas en el armario el peto azul, la camisa gris de tergal y una gorra cualquiera de Repsol que aísla tus ojos de miradas ajenas.
Te calzas las deportivas, te compruebas en el espejo y te largas de casa, ajustándote la mochila al hombro derecho, que sabes es el hombro que te deja mover así las caderas.

La noche es clara hoy y ha empezado a soplar viento del norte. En Canarias hay temporales y en la meseta, madrugadas heladas.

Es el momento perfecto para saltarte tus normas. Es hora de caminar erguida calle abajo. Nadie que no sea ilegal avanza así de erguida  a las cinco de la mañana.
Me gusta verte andar como corresponde a tu rango.
No sé si eres Libra o Sagitario, serpiente o gallo. Tigre o mono.
Sé que estás en guerra.
Como yo, estás en guerra.
Y estás en  una de esas guerras en las que no sabes por quién debes tomar partido.
Así que esta vez no puedes hacer el ranking de los superhéroes. No tienes trabajo, ni dinero, ni siquiera una misión en el wa del móvil que te diga que tienes que dejar el sexo porque tienes otras cosa que hacer.

Definitivamente, estás fuera de la ley.
Mides 50 pies.
Nadie te querrá si mides 50 pies.
Pero has conocido a alguien que mide más de 50 pies.

Cuando conoces a alguien que mide más de  50 pies te entran ganas de vivir y sales de casa con las botas puestas. Recoges la basura que nadie recoge y cierras los ojos con una sonrisa en los labios.
Y no puedes dejar de recitar el catalán que canta Serrat. .
Y pinchas una y otra vez la canción que te dice que "de vez en cuando la vida toma contigo café y está tan bonita que da gusto verla, se suelta el pelo y te invita a salir con ella a escena"
Y aún llega la canción más allá. Te dice que "de vez en cuando la vida cocina con el pincel, se nos eriza la piel y faltan palabras para nombrar lo que ofrece a los que saben usarla. "
Y te dices, como un mantra,: "ca c´est pour moi le plus triste et le plus belle paysage du monde. C´est ici ou le petit prince a apparu sur terre".
Y sabes que, a veces, la vida "afina con un pincel".
Y se nos eriza la piel.
Y eres tan feliz que  da gusto verte.
Y es entonces cuando, al darte cuenta de que experimentas contigo como si rodaras un documental de National Geographic,  entonces dejas de leer novelas de caballería, pones el antiespía a funcionar  para que mañana funcione mejor y te acuestas.
Por eso de soñar, antes de enfrentarte a los molinos de viento.




martes, 29 de octubre de 2013

Inspiración en gravedad cero.

Entras en el bar de la esquina y les pides dos latas de Mahou. Te las dan, te las cobran a precio de bar y te dicen cómo les va la vida. No les va bien. A juzgar por sus palabras, tienen que vender lotería para pasar la campaña de Navidad.
"No me interesa," les dices, "a mi tampoco me va bien".
Pero ellos, los del bar de la vuelta de la esquina de tu casa, te enseñan una lotería que siempre toca. "Es la lotería de Franco", te dicen, bajando la voz."Toca siempre"-

A veces te parece que esta casa es como "Heaven", el bar a donde iban los Talking Heads cuando querían que nunca pasara nada. Te parece también que estás en silencio porque sabes que el sonido no se transmite en ausencia de atmósfera. Esta casa se está convirtiendo en una especie de nave espacial que te aísla del mundo exterior.
Como sigas así, pronto descolgarás el teléfono y llamarás a Huston, diciendo que no tienes ningún problema. Si no contestan, ni tan mal. Al fin y al cabo, la inspiración en Gravedad Cero no es acuciante en absoluto. Todo va más despacio aquí.
Vamos a probar a qué sabe el color verde.

miércoles, 2 de octubre de 2013

A tu hermana

No huyas, no corras, no aparques, no recuerdes, no pienses, no sientas.
A mamá le duele la cabeza y el vientre.
Mamá es mayor de lo que tú pensabas.
No huyas, no corras, no aparques, no recuerdes, no sientas.
Mamá se esconde del dolor.
No pienses.
Recuerda, pero no corras ni aparques en prohibido.
No transgredas, pero sé especial, te dice tu madre. Y te preguntas qué coño habrá querido decir con eso.
Dedicas la vida a ser especial durante años.
Y no lo consigues. 
Lo consigues, pero no siempre lo consigues.
Lo consigues, pero no siempre lo consigues.
Lo consigues casi siempre, te dices, y andas por ahí, por el mundo, creyendo que la vida te fue dada; que te quedaste a la orilla del río por ver si los salmones remontaban.
Tú sabes que no remontan.
Tú sabes que tenemos prohibido aparcar aquí.
Pero mañana te convenceré para que vengas.
 

sábado, 14 de septiembre de 2013

Cuando éramos héroes

A veces, por las noches, os sentabais alrededor del fuego dispuestos a elegir a vuestros superhéroes favoritos. Había que ir descartando. No se podía, por ejemplo, ser Batman y Hulk al mismo tiempo. O eras un tipo rico, flemático y sin poderes sobrenaturales, pero que conducía los mejores coches, volaba de noche y se ligaba a las tías más buenas; o tenías problemas para controlar la ira y te ponías verde de rabia hasta reventar los botones de la camisa.
No te podían gustar al mismo nivel Iron Man, todo cerebro y ambición, él, y Capitán América, un mutante involuntario condenado a vivir eternamente un viaje en el tiempo.
Podías dudar entre Catgirl y Elasti-girl (lo de ser zorra y madre de familia al mismo tiempo lo dabais por descontado), pero al final había que elegir.
Tú siempre te hacías un lío: te gustaba conducir de noche, mandar a la gente a tomar por culo, ganar mucha pasta, sentir melancolía del futuro, follar y ser un paracaídas para los amigos.
La gente se posicionaba, decidía qué héroe quería ser esa noche y adoptaba su personalidad.
Después cambiabais el juego. Ahora se trataba de elegir la última cena de vuestras vidas. Estamos en el corredor de la muerte y mañana nos matan, decíais. ¿Qué cenaríais?
Pasabais de los huevos fritos al caviar sin solución de continuidad. Entonces recordabas que Pedro te dijo un día que los huevos fritos, mejor con caviar que con sal. Y sonreías en secreto.
Al final de aquellas noches, justo antes de acostaros, los que todavía quedabais vivos después de apostaros el sueño a paisajes más blancos que los de aquel agosto, os tirabais al suelo a ver las estrellas. Había una banda sonora para esos momentos: "Nine million bicycles".  Es cierto que aquel verano apenas pasaban estrellas fugaces por el cielo de vuestros ojos, pero daba igual. En ese momento, os queríais mogollón. Concretamente, tú, se lo decías a todo el mundo.
A la exaltación de la amistad le sucedía la deserción. Os ibais dejando unos a otros en posición horizontal y tú lograbas siempre alcanzar la cama. Te quitabas la ropa de domingos al sol y sacabas de la maleta el traje, la camisa blanca y la corbata negra. Luego te ajustabas el sombrero, cruzabas los brazos sobre el pecho y sabías que, a la mañana siguiente, recordarías el tiempo en que fuiste toda un héroe.

martes, 3 de septiembre de 2013

Madrugadas del ángel caído

Catorce minutos han pasado ya desde que es mañana. Has llegado a casa por una calle vacía, sin bares, flanqueada por árboles a la derecha y trastiendas de hospitales a la izquierda. Una calle con tantas sombras que podría esconder una convención mundial de asesinos en serie acechando a su víctima.
¡Cómo si hoy fuera posible que existieran los asesinos en serie!
Los asesinos en serie han desaparecido.
A cambio, en la acera de la derecha ves el pabellón de "Maternidad;" en el de la izquierda pone "Duelos"
La gente fuma igual cuando nacen niños que cuando muere la gente.

En España nunca hubo asesinos en serie, desde luego. Un par de portadas del siglo XX que pudieron confundir a los investigadores, pero poco más. Aquí, cuando se mata, se mata de una vez. Con dos cojones. Nada de muertes jeroglíficas para demostrarle a Feud que me cago en mi puto padre. Aquí se mata a las mujeres porque "era mía" y a los traficantes porque "no había".

Cuando hablas de asesinos en serie te refieres a que ya no tienes miedo (tal vez nunca lo tuviste) a caminar por calles casi oscuras, iluminadas con focos que trampean las sombras y las vuelven espectros. Calles que, en su languidez, se desploman sobre un suelo lánguido, también, que las devuelve al cielo. (Se nota que ayer fuiste a ver a Dalí un par de horas antes de que cerraran).
Es imposible que haya asesinos en serie escondidos en esos oscuros rincones que te llevan a casa.  Hace tiempo ya que dejaste el oficio de matar y nadie se acerca a tu ventana para cambiarte un 22  por una 48.
Nadie lleva una Colt en la cintura.
Quién podría, en los tiempos que corren.

Y confieso que me gustaría.
Confieso también que si el mundo sigue así, mis alas se empaparán de agua.
Y yo fumo demasiado como para sobrevivir mucho tiempo con las alas mojadas.

martes, 20 de agosto de 2013

El raro y lánguido verano

¡Buf!  ¿Por dónde empiezas después de dos meses?
El coche no sirve para viajar porque no pasas la ITV; la casa se vuelve hostil porque ya no soporta el calor que alberga; los  gatos que no elegiste se pelean a muerte sobre el parqué y tu cabeza.

No se soportan, ni te soportan.

Los amigos te llaman -lógico-porque te quieren cuidar. Te llevan a piscinas de ensueño  para que pienses que la vida no va tan mal. Te invitan a cañas que no puedes pagar en honor de algún lejano favor que ya ni recuerdas. Te proporcionan hombres de todas las nacionalidades posibles para que te admiren. Te quieren, de eso no hay duda,  y te proyectan espejismos que, mientras duran, crees a pies juntillas. Como crees que, si miras al noroeste, verás las Perseidas rasgar el cielo con dientes de tiza.

Está siendo un verano tan raro, tan largo y tan lánguido que no sabes por dónde te da el aire que hoy no sopla en Madrid.

En Madrid no sopla nada últimamente.

Y no sabes si "tal vez será su voz o tal vez será tu alcohol".

lunes, 17 de junio de 2013

El ruido y la furia


Consumes tanta cerveza como aceite tu coche. Más o menos, dos litros a la semana. Pero eso depende del día. Hay veces que más. 
Los rodamientos del coche hacen tanto ruido como tus rodillas. Y sabes que no es artrosis,  sino bailes de puntillas al amanecer. Si un coche no te aguanta una noche de fiesta, es mejor que lo des por perdido.
Abandonas el coche, te quitas los tacones y te calzas un casco en la cabeza. El casco es negro, por supuesto. Luego levantas la pierna derecha, ajustas bien el culo en el asiento y empujas con el talón izquierdo hacia atrás el cabestrillo en el que apoya la rueda trasera después de darle al contacto. 
La moto arranca, metes la primera velocidad con la mano izquierda y con la derecha aceleras. 
No era tan difícil, te dices. 
Hay veces que el ruido tiene que superar a la furia

viernes, 7 de junio de 2013

Dos cabalgan juntos

No son horas de escribir un post. Al menos no son tus horas habituales. Pero tampoco es hora de abrir una lata y sentarte a pensar en qué vas a hacer con lo que queda del día. Deberías irte a dormir, te dices, pero malditas las ganas de perderte de nuevo el sol. La gente, a estas horas, entra en las cafeterías, pide una tostada con aceite y se castiga por pensar que ojalá no tuviera que ir a trabajar. Con la que está cayendo.

Un cortado, en vaso, largo de café y con leche fría. La ciudad  se llena de voces que piden cafés imposibles de memorizar, porras, pinchos de tortilla y algún que otro carajillo de whisky. La ciudad se vuelve loca entre pitos y tertulias radiofónicas que suenan a flautas y cada conductor pilota en su propio Hamelin.
Tú pilotas en el carril bus, un motorista justiciero para junto a tu ventanilla y te dice que ese carril no es el tuyo, que no deberías conducir por ahí. Te lo dice a gritos en hora punta.
Lo sé, le contestas. Y con vocalizar los monosílabos te entiende. Total, él va con casco y tú con la música a todo lo que da. ¿Te apetecería partirle la cara? No lo creo, no es tu estilo. Además están pinchando en Radio 3 el jardín botánico y tienes un máster en oportunidades perdidas.
El autobús arranca y él sigue con su monólogo. Momento perfecto para colarte delante.

No son horas de escribir un post ni de lamentarte sobre si perdiste la furia. Te queda el ruido de una ciudad que no se compadece de tus dedos, doloridos tras doce horas de tecleo infernal.
Todo es ruido hoy. O ayer, que no sabes en qué día vives porque ya no distingues si amanece, que no es poco, o no.
Amanece. Y tienes que dormir. Ya sé que no son horas, pero es mejor que ver en casa dos gatos que cabalgan juntos.

No, desde luego no son horas de escribir un post.

jueves, 25 de abril de 2013

Memorias del ángel caído

Llevas un par de días preguntándote qué estabas haciendo en 2008. Harta de tanta incertidumbre y víctima de tu memoria de pez del jurásico, te has sentado a buscar en Google qué demonios pasó en 2008. Por situarte históricamente. Sabes que recuerdas mejor la capital de Corea del Norte que el nombre de ese tipo que amanece en tu cama.
Al sentarte en el ordenador, en esa mesa que lleva dos meses sin oler un trapo del polvo, se te ha caído el pasaporte caducado al suelo y has caído, tu también, en la cuenta de que en 2008 andabas muy lejos de aquí. En 2008 tenías el sueño de Brasil metido entre las piernas y Estados Unidos se follaba  a todo lo que se moviera si llevaba turbante y barba.

Y es que entonces no pasaban las cosas de ahora: no tenías pruebas de que los bancos robaban a más gente, aparte de a ti; no veías por televisión a duques yendo a declarar; el papel de rey se cotizaba entre la clase media y tus amigos trapicheaban con pisos sin cortar.
Ni imaginar siquiera que en el entreacto de estos cinco años te hicieran creer que el cambio climático era de tal magnitud que los países árabes tenían por fin su primavera.
Obvias lo del presidente negro y el Papa argentino. No lo hubieras comprado en un monólogo barato de Gran Vía por muy fumada que estuvieras. Y lo que es peor, ¿habría ganado España un mundial de fútbol? ¿Pensabas que la policía de Boston peinaría Cambridge para pillar a un tarado de 19 años escondido en una barca con una cámara térmica? ¿Perderían el Barca y el Madrid por goleada los partidos de ida de las semifinales con los alemanes? ¿Se te llevaría el coche la grúa en un intervalos de tres días de la puerta de tu casa?
Y qué me dices de los seis millones de parados.
¿Te lo imaginabas?
No.
Y eso que siempre has hecho alarde de imaginación.

Yo creo que tu problema ha sido siempre la imaginación. Exacerbada, por supuesto, pero nunca centrada en nada. Y eso es precisamente lo que me preocupa.
Tienes que escribirme.
Deberías olvidarte de sobrevivir a tu época estos días.
Deberías contar algo más cercano.
Contar, por ejemplo, cómo se baja al Son con cinco días con el piloto de  reserva de la gasolina encendido en el coche. Cómo se logra mantener encendido un ordenador malogrado por los virus. Cómo meterle a la casera 27 pavos de la factura del agua en el buzón. Cómo te levantas por las mañanas o te acostarás esta noche. Cómo te quitas la ropa para mirarte y cómo te la quitan para sentirte. Cómo recurres a los amigos cuando te ahogas. Cómo soportarte cuando subes al tejado y te comes el mundo. Cómo aguantar que estés en mitad de la vida y todavía no sepas qué quieres ser de mayor.

Y sí.
Se te fue de las manos. Te crecieron alas y no supiste qué hacer con ellas.
Levántate y vuela, colega.

jueves, 4 de abril de 2013

Ójala

Duermes.
O eso parece.
Duermes.
Y eso parece.
Duermes.
O no.
Estás despierta.
Y feliz.
Y dormida.
Feliz y perdida entre sábanas que no son tuyas.
Duerme.
Que te tenga cuidado el amor.
Que te tenga cuidado el amor.
Que te tenga cuidado su amor.
Para verle tanto, para verle siempre.
Como él te mira.
La más bonita entre sus dedos.

sábado, 16 de marzo de 2013

Las carreras, a las siete

Caminas por el lateral de Tirso, tropiezas, sonríes y te giras a la izquierda para comprobar que nadie te ha visto. Te quedas tranquila, sobre todo porque ese agujero de la media se ve demasiado si la falda se desplaza un centímetro sobre la vertical.
Nadie por delante.
Nadie por detrás.
Sacas las manos de los bolsillos y griras la media unos treinta grados hacia el oeste. ¡Joder!, te dices, mañana tienes que recordar ponértelas del revés. Haces memoria por si queda otra alternativa y puedes afirmar que esta era tu última media medio sana.
La uña rota te da igual, el dolor de caderas te la trae al pairo, la multa en el retrovisor te tiene acostumbrada.
En definitiva, el ayuntamiento queda a la derecha y tu alma a la izquierda.
Si esas son las conclusiones que has sacado del día, será mejor que te sientes a ver las carreras.

Y te ríes a carcajadas cuando coges el chiste.

domingo, 10 de marzo de 2013

Ruido de motor

Caminando hoy, de vuelta a casa, he visto al final de la calle al vecino del tercero. Suele andar de puntillas y tiene el tamaño inconfundible de los hombres altos que nacieron pequeños por error.
El hombre iba despacio, con cuidado, procurando poner un pie justo delante del otro, dejando espacios pequeños entre uno y otro zapato y con la cabeza agachada, como prestando mucha atención a la difícil tarea de caminar en linea recta.
A veces, cuando la gente se pone meticulosa en asuntos imposibles, tiene a cometer errores.
Al llegar al portal se ha detenido, utilizando para ello un suave balanceo de la espalda en la perfecta diagonal que describen cuello y talones.  Superada la ley de la gravedad, le he visto hurgar en sus bolsillos a dos manos, sacar las llaves, deshojarlas con los dedos y elegir el pétalo que le iba a llevar a la cama. Al girarse a la izquierda me ha parecido ver en él una leve sonrisa de satisfacción. No se ve mucho en esta calle a las cinco de la madrugada, pero ha emitido un gemido que sonaba a eureka y que le ha sobresaltado.
Perder la concentración en tareas difíciles puede traer consecuencias tales como girar a la izquierda en lugar de a la derecha, empuñar una llave como si fuera un rejón y tratar de acuchillar sin previo aviso la cerradura de un A-6 con alarma.
Se ha agarrado a mis brazos con la paz de un náufrago moribundo y ha dejado que, con un leve giro de sus caderas, condujera sus pasos hasta el ascensor y pulsara su piso. Luego, cuando he escuchado el portazo del tercero, he cerrado mi propia puerta despacio, muy despacio.
Una banda sonora adecuada y los dedos se ponen en marcha como patas de ratones desfilando en Hamelin. Hoy llevo en la cabeza música de motor de furgoneta trazando curvas por la sierra en una madrugada de nieblas, lluvia y un sol inapropiado poniéndose en la hondonada.

Los motores te tranquilizan.
A menudo utilizas su runrún para darle un ritmo adecuado al pensamiento.
Somos duendes, te dices.
Somos flautas.
Soltamos viento por agujeros que soplan notas.

viernes, 22 de febrero de 2013

Es tu naturaleza

A veces, cuando te sientes desubicada, te acomodas en la taza del váter para darte perspectiva y recobras el equilibrio. Tomas posesión del lugar en el que te encuentras: las paredes, la puerta del patio abierta para que salga el gato, los 300 apuntando con sus lanzas al corazón de  Persia y esas canciones de los Gómez que pinchas una y otra vez para que no se te olvide de dónde vienes.
Piensas en todo eso ahora que la casa está vacía a partir de tu punto de vista. De tus ojos en adelante no se ve a nadie. Digamos que estás sola, como cuando bebes cerveza frente al espejo, calibras los mordiscos que llevas en el cuerpo y sacas la conclusión de que la vida no te está yendo mal del todo.
Como si de ir bien o mal la vida se tratara.
La vida va de otra cosa. La vida va más bien de chicas de Transilvania que trabajan en un bar de O´Donnel, de amigos que no saben por dónde les da el aire, de otros amigos que tienen claro por dónde no debería soplar el viento que nos mueve, pero que no pueden decírnoslo porque tampoco tienen muy claro dónde puede estar nuestro Norte.

Y va de trabajos raros si tienes suerte; de ladrones que esquían en Vancouver y viajan en primera; de protestas callejeras bajo la lluvia helada de febrero; de universitarios que venden sus títulos universitarios por falta de uso; de debates absurdos entre políticos absurdos; de líderes religiosos que dimiten cuando algo huele a podrido en Dinamarca; de otros líderes que no dimiten ni cuando les pones una pistola en la cabeza.
Si valoran tan poco su vida, qué no harán con la tuya.

La vida va también de héroes sin piernas que matan a sus novias; de misiles Scud que siguen volando sobre y contra las vidas de otros; de competir contra el diablo que llevas dentro y perder;
de compañías aéreas que no te dejan volar sin la partida de nacimiento; de ayuntamientos que sacan la grúa municipal a pasear porque no llegan a fin de mes; de no llegar a fin de mes desde hace años; de falta de concentración; de drogas que no vienen a cuento porque no tienen nada que contar; de reencuentros y de gatos que entran en maletas que deberían llevar diez días cerradas, pero que aún siguen abiertas, por si acaso.

Antes, 10.000 años atrás, la vida parecía ir más bien de organizarse para cazar en grupo, superar el invierno y sanear los genes para concebir líderes de grupos organizador para cazar.
De pronto, alguien se puso a pintar en una roca cualquiera el perfil de un bisonte y la vida se convirtió en otra cosa. Gracias a los artistas la vida anda pensando, como tú ahora, si merecería la pena echar el curriculum en el Gran Hermano marciano que se estrena en 2023.
De momento, sin decisiones inmediatas a la vista, te pones a Macy Gray cantando aquello de Sexual Revolution. Porque, en el fondo, esa es tu naturaleza.


martes, 29 de enero de 2013

Que empiece el espectáculo

Aquí estoy.
Un día más.
Un pitillo, dos pitillos, tres pitillos.
Una bronquitis severa.
Y crónica.
Es lo que hay, Tengo las palmas abiertas y los labios cerrados. Tengo entre mis palmas tu cuerpo y entre mis labios tu cuerpo.
Tengo entre mi cuerpo tu cuerpo. O entre tu cuerpo el mío, que me confundo.
 De qué sirve, digo yo, y Gil de Biedma, cambiar de casa.
Escribes porque no quieres morir.
Eso dices.
Nadie quiere morir.
Ni tú ni yo.
Morir no está en nuestros planes. Que le den a la muerte.
Estás enfadada.
Y no te falta razón.
Pero lo cierto es que, cada amanecer, suena la música, enciendes un pitillo y empieza el espectáculo.

jueves, 10 de enero de 2013

Viñedos de California

Aunque desde la ventana de tu casa no se ven los viñedos de California, por las noches, cuando te asomas, ves desfilar árboles que pasan corriendo en busca de un lugar donde enterrar sus raíces y descansar. Te preguntas de qué huyen esos árboles.

Y si huyen.

Parece lógico que lo hagan. Un árbol que está cómodo no suele ir danzando de lado a a lado, sufriendo penurias, pasando hambre y, lo que es mucho peor para un árbol que se precie, sin pájaros que aniden en sus ramas. Así que deduces que se largan de arenas movedizas.


Desde la ventana de tu casa no se ven paisajes anchos, sino manadas de árboles de todos los tamaños corriendo en pos de algo que les impulsa a seguir caminando,  a correr, a saltar edificios imposibles y a herirse en cada zancada mal echada. Has visto olmos, secuoyas, álamos, olivos, cipreses, chopos y frutales de todos los sabores. Has visto helechos gigantes reptar calle a través como si fueran ciempiés. Cuanto más los ves correr, más te apetece saber a dónde se dirigen y ya no te importa saber de dónde vienen.

Asomas la cabeza y escuchas con atención cada noche que eres testigo del extraño fenómeno. Pero no tienes fortuna. Los árboles corren, pero no hablan. Los árboles corren, pero no escuchan. Los árboles desfilan como un ejército seguro de su destino y nada les aparta de él.

Si se han organizado para matar o morir, lo desconoces. O tal vez vayan a morir viviendo, que es lo que ocurre cuando se busca un lugar mejor, aunque se trate de árboles inofensivos que pasan por los sueños de tu cabeza cada noche que tu alma se asoma a esta ventana que no es la tuya, pero que se abre como una pantalla animada al interior de tus deseos más íntimos.

Ser un árbol y salir corriendo de aquí hacia California para tener un buen día.