viernes, 24 de abril de 2020

Abriendo la cúpula para la nave nodriza.


Si yo hubiera sabido que el tiempo que gasto iba a estar ligado al espacio que ocupo, me habría alquilado un apartamento más grande.

Despierto varios meses después de un tiempo inerte y me encuentro con que Alce Negro, que arrancó cabelleras en Little Big Horne, se convirtió al cristianismo, haciéndose llamar Nicholas Black Elk; que Scott Fizgerall le pilló al descuido varios párrafos de su diario a Zelda, y los metió en el monólogo final de A este lado del paraíso; que Klaus Mann se comió un bote de pastillas porque la sombra de su padre era alargada, y que Bill Whiters y Rubem Fonseca se han muerto como se muere todo el mundo, de un día para otro.
No es un buen momento para regresar de un letargo tan largo, me digo, y evito abrir periódicos y mensajes. No enciendo dispositivos, no abro las ventanas y no exprimo las naranjas. Nada me jodería más el día que una naranja amarga. A cambio, me marco veinte flexiones. Tengo los músculos entumecidos. Sudo, pero me animo a hacer otras veinte. Posición tierra inclinada, dos minutos. Sentadillas, unas treinta. Ahora sí que sudo. Quedan cervezas en la nevera, pero me decido por el agua. No sé si habrá allá a donde voy.
La casa es pequeña, pero el patio no está mal, reconozco, aunque coloco el espejo de la sala en la pared frontal para que parezca más grande. Tengo que combatir la claustrofobia antes de viajar.
Por supuesto, me pongo música. La música, por todo el universo es sabido, ayuda a abrir la mente que se asfixia sin razón. Elijo, no sé por qué, el podcast número 4 de Juan. Una rareza en su trayectoria, creo recordar, pero es lo que me pide el cuerpo tras la larga noche, las malas noticias y el ejercicio inadecuado después de un año de hibernación. Juan, sabe bien cómo ambientar los cambios de vida.
Con todo listo, me siento en una hamaca tan desvencijada como mi memoria. Cierro los ojos. Suena el repicar de los whatsapp, pero me dejo llevar por la música. Suenan los pájaros y me dejo llevar por la música. Sale el sol y suena el silencio. Abro los ojos. Me veo estirar los pies, que se alargan más allá de mi estatura. Me dispongo a esperar.
Espero tanto que el sol ya está cayendo. Me duele la espalda. ¿Me he vuelto a dormir? Ahora no puedo distraerme, pero hay tanto eco en mi mente que puedo escuchar a Harry Dean Stanton cantar mejor que nadie Everybody´s talkin´.  "El sonido cambia, la luz desaparece, todo el mundo me habla y yo no oigo una sola palabra de lo que me dicen".
Ha llegado el momento de irse. No corren buenos tiempos para quedarse en este planeta infestado de virus. Ni siquiera sé si mi especie es inmune. Me despido del derredor y abro la escotilla del cielo, para que la nave nodriza pueda localizarme. No sé si habré hecho el suficiente ruido para convertir mi pensamiento en onda gravitacional, pero, durante la hibernación, escuché a Delacroix decir que un día sin escribir es un día que no ha ocurrido.
Y aquí estoy.
Espero que el gato lleve ropa adecuada para saltar al hiperespacio.